This is the end, beautiful friend
This is the end, my only friend
The end of our elaborate plans
The end of everything that stands
The end
No safety or surprise
The end
I'll never look into your eyes again
Pensé, en primera instancia, que se acaba un ciclo y comienza otro. Pero pensé erróneamente (vaya novedad). No había ninguna necesidad de empañar los ojos, cansados de estudiar. Esto no es más que un paréntesis de humor, como Marlon Brando en Apocalypsis Now.
Un pequeño paréntesis dentro de un ciclo más grande.
Todo comenzó hace ya dos años, cuando nuestros caminos se unieron para hacer frente a una adversidad imprevista. Habíamos abandonado la oportunidad de vivir en un piso que ya teníamos en la mano, por honor y por justicia. Fue una decisión dura pero muy acertada, como luego comprobamos. Era un sofocante viernes por la tarde, a finales de julio, y partimos a la aventura hacia la capital del Túria. Con los bolsillos vacíos y el billete del tren en la mano.
Pensábamos que no íbamos a encontrar nada, que todos los pisos buenos ya iban a estar alquilados a esas alturas del verano. Y era verdad. Las primeras visitas vaticinaban nefastos resultados, como aquel piso "al lado de Facultats" (en Ayora) o el inolvidable "ático del pánico", que tenía el ascensor presupuestado.
Al final, encontramos un piso bastante aceptable, aunque nos lo quedamos por miedo a acabar en una caverna como la de Salman Rushdie. A pesar de que conseguimos llenar la tercera habitación, no tuvimos nunca demasiada suerte.
Después de dos años, el sol de verano me vuelve a recalentar la cabeza y me hace recordar lo mismo que pensé aquel viernes por la tarde, a finales de julio: que lo importante de una casa son las personas, las compañías; y no el edificio o su ubicación.
Finalmente, nuestros destinos han divergido en contra de nuestra voluntad, aunque sólo temporalmente. En el camino se quedan las tardes de ping-pong al ritmo de The Doors y Daft Punk, con su lista de normas análogas a las de The Fight Club; la Constitución del piso de 2007; el monólogo de Raúl Cimas; el concierto de la MTV; el cursillo de ajedrez; nuestra afición por los escarabajos y nuestra aversión a otros visitantes indeseados. Y así podría continuar hablando durante dos años, porque son imposibles de resumir.
También quedan en mí importantes improntas del que se ha convertido a la fuerza en mi mejor amigo: gustos musicales, películas y libros imprescindibles, mucha cultura general y un incansable afán por buscar un mundo más justo, donde no sean necesarias las leyes para que todo el mundo haga lo que debe hacer, y donde la libertad sea el bien más precidado de cada ser humano.
¿Para qué extenderme más, si sólo es un paréntesis? Coppola diría que esto ya está bien como está.
Sólo dos cosas más: pedirte que no me borres de tu lista de números preferidos para que sigamos hablando gratis, y decirte:
Un pequeño paréntesis dentro de un ciclo más grande.
Todo comenzó hace ya dos años, cuando nuestros caminos se unieron para hacer frente a una adversidad imprevista. Habíamos abandonado la oportunidad de vivir en un piso que ya teníamos en la mano, por honor y por justicia. Fue una decisión dura pero muy acertada, como luego comprobamos. Era un sofocante viernes por la tarde, a finales de julio, y partimos a la aventura hacia la capital del Túria. Con los bolsillos vacíos y el billete del tren en la mano.
Pensábamos que no íbamos a encontrar nada, que todos los pisos buenos ya iban a estar alquilados a esas alturas del verano. Y era verdad. Las primeras visitas vaticinaban nefastos resultados, como aquel piso "al lado de Facultats" (en Ayora) o el inolvidable "ático del pánico", que tenía el ascensor presupuestado.
Al final, encontramos un piso bastante aceptable, aunque nos lo quedamos por miedo a acabar en una caverna como la de Salman Rushdie. A pesar de que conseguimos llenar la tercera habitación, no tuvimos nunca demasiada suerte.
Después de dos años, el sol de verano me vuelve a recalentar la cabeza y me hace recordar lo mismo que pensé aquel viernes por la tarde, a finales de julio: que lo importante de una casa son las personas, las compañías; y no el edificio o su ubicación.
Finalmente, nuestros destinos han divergido en contra de nuestra voluntad, aunque sólo temporalmente. En el camino se quedan las tardes de ping-pong al ritmo de The Doors y Daft Punk, con su lista de normas análogas a las de The Fight Club; la Constitución del piso de 2007; el monólogo de Raúl Cimas; el concierto de la MTV; el cursillo de ajedrez; nuestra afición por los escarabajos y nuestra aversión a otros visitantes indeseados. Y así podría continuar hablando durante dos años, porque son imposibles de resumir.
También quedan en mí importantes improntas del que se ha convertido a la fuerza en mi mejor amigo: gustos musicales, películas y libros imprescindibles, mucha cultura general y un incansable afán por buscar un mundo más justo, donde no sean necesarias las leyes para que todo el mundo haga lo que debe hacer, y donde la libertad sea el bien más precidado de cada ser humano.
¿Para qué extenderme más, si sólo es un paréntesis? Coppola diría que esto ya está bien como está.
Sólo dos cosas más: pedirte que no me borres de tu lista de números preferidos para que sigamos hablando gratis, y decirte:
“You say yes, I say no
you say stop,
and I say go, go, go!
Oh, no!
You say goodbye,
and I say hello!
Hello, hello!
I don’t know why you say goodbye,
you say stop,
and I say go, go, go!
Oh, no!
You say goodbye,
and I say hello!
Hello, hello!
I don’t know why you say goodbye,
I say hello!”