"I love the smell of napalm in the morning."

España: que investiguen otros

En estos meses de austeridad y sobriedad que estamos pasando, queda patente- sin motivo de asombro, para los foráneos- de que vivimos en el país de lo frívolo y lo banal. Porque, al tiempo que se produce el fichaje más caro de la historia del fútbol, la inversión en I+D toca fondo.

Es la verdad, en España sale más gente a la calle para celebrar que su club ha ganado la Copa del Rey que para defender la jornada laboral de ocho horas o la paz en Oriente... Claro que, al menos, tenemos la mejor liga del mundo. No podía ser de otra manera, ya que los españoles gastan en fútbol casi el triple que los alemanes, a pesar de la diferencia de renta entre ambos países. Tal vez sea porque las cosas nos van peor: ya se sabe, "panem et circenses".

La inversión que realiza España en investigación es tres veces inferior a la media europea. Incluso multinacionales como Ford invierten más que un país de 46 millones de habitantes. Pero este es un mal que arrastramos desde viejo: hace un siglo, Don Santiago Ramón y Cajal- desde la buhardilla de su casa- sufragaba sus gastos en microscopios y demás materiales de su propio bolsillo y dando clases de anatomía en sus horas libres.

A la larga, vamos a pagar- y estamos pagando- muy caro los recortes en el campo de las ciencias. Es casi imposible conseguir una plaza para investigar en el CSIC, por eso no podemos achicar la fuga de cerebros que padecemos desde hace siglos (ahí está Severo Ochoa).

Como resultado de la aversión del Estado a invertir en algo tan importante, los fondos privados toman el relevo. No es de sorprender que luego pretendan patentar genes o fármacos que erradicarían la malaria.

Por otra parte, como decía Einstein, la riqueza de espíritu conlleva la riqueza material. La ciencia es sinónimo de progreso y abundancia. Alemania eligió ser un país de ingenieros y nosotros somos el país del ladrillo y la sombrilla. Nos encargamos de servir a los europeos ricos del norte durante sus vacaciones o jubilaciones. Lo que quiero decir es que la gran mayoria de los españoles tiene una formación profesional "low-cost", y que aprender idiomas no va con nosotros. Para compensar la balanza comercial negativa, nos hemos apoyado únicamente en el turismo de sol y playa. Además de que ya no genera lo mismo que antes (los guiris se traen su nevera portátil y su bocadillo debajo del brazo), hemos embrutecido nuestras costas hasta límites insospechados- un daño que no tiene precio.

Como consecuencia del modelo económico que hemos elegido, nuestros país ha sido el más castigado por la crisis: no somos competitivos; las economías emergentes nos están pasando por delante; cualquier extranjero puede realizar nuestras tareas mejor y por menos dinero; y, en la coyuntura económica actual, la demanda de camareros y albañiles es nula. Las cifras del paro hablan por sí solas.


¿Qué podemos hacer?

  • Demostrar a los jóvenes que hay alternativas al camino fácil y al dinero rápido. Animarles a que se formen y premiarles por ello.
  • Inculcar en los niños el interés por la ciencia dando ejemplo desde la familia. Que su héroes sean los descubridores del genoma humano (que tanto nos va a aportar) o los cirujanos milagrosos, en lugar de los futbolistas o boxeadores.
  • Ilusionar a la gente. Que la cultura no sea patrimonio de una reducida élite como sucedía en la Ilustración. Hacerles partícipes del mundo de la ciencia por medio de la divulgación y comuncicación científica con parques temáticos, museos de la ciencia y obras de ciencia-ficción de calidad.

Porque el objetivo último de los avances en ciencia es beneficiar a la humanidad, y si no comunicamos lo que sabemos, difícilmente les convenceremos de que inviertan y de que se impliquen.

1609: la expulsión de los moriscos

La palabra "memoria" lleva implícita subjetividad y parcialidad. El testigo de una batalla pudo haber visto poco debido a las inmensas polovaredas que se levantan. Por consiguiente, sabría menos acerca de la misma que otra persona que no estuvo allí, pero que se ha informado adecuadamente. El testigo pudo no haber comprendido el verdadero significado de los hechos, y los recuerdos pueden estar empañados por el paso de los años y experiencias personales.

Por eso no creo que "memoria histórica" sea un término adecuado: a cada Estado le interesa que recuerden ciertos episodios de la Historia y que se olviden otros. Un crudo ejemplo es la distorsionada versión de la ocupación alemana que se enseña actualmente en las escuelas francesas, donde Francia entera se convierte en "la Resistance".

Aquí, en Valencia, tenemos muchos otros ejemplos. Tras asistir el año pasado a la apoteósica celebración del 800 aniversario del nacimiento del rey Jaume I, con el justificado y tradicional despilfarro del Ayuntamiento, este otoño parece que nadie recuerda- o nadie quiere acordarse- que de justo hace 400 años se expulsó de Valencia al último de los colectivos étnicos que aún quedaba por desterrar.

La decisión que tomó Felipe II se venía barajando desde varias décadas atrás, como solución drástica a un complicadísimo problema, sin bien no podemos olvidar que uno de los principales motivos fue la intransigencia de los vencedores de la Guerra de Granada. Este bochornoso episodio representa el fracaso total de la convivencia entre dos culturas que habían coexistido durante siglos en paz.

La Monarquía Hispánica perdió cerca del 4% de su población total. Aunque en la Corona de Castilla el impacto fue mínimo, el Reino de Valencia perdió cerca del 33% de su población. Tras esta cruel mutilación, la capital del Turia jamás volveria a brillar como antaño. En la actual provincia de Alicante, la Vall de la Gallinera se quedó totalmente despoblada. Se trajeron colonos mallorquines para repoblar los campos, motivo por el que actualmente se habla el catalán mallorquín en estas comarcas.


Las tierras que dejaron los moriscos pasaron a manos de los nobles, que trataron de arrendarlas a los campesinos cristianos. Los impuestos también subieron para compensar la caída de la recaudación. Como siempre, los beneficiados fueron los poderosos y la clase trabajadora pagó el pato.

Cuatro siglos han pasado y no hay nada nuevo bajo el sol, la misma historia se repite una y otra vez. Ojalá estos sucesos no caigan en el olvido y sirvan para fomentar la tolerancia y la solidaridad entre los pueblos.