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1609: la expulsión de los moriscos

La palabra "memoria" lleva implícita subjetividad y parcialidad. El testigo de una batalla pudo haber visto poco debido a las inmensas polovaredas que se levantan. Por consiguiente, sabría menos acerca de la misma que otra persona que no estuvo allí, pero que se ha informado adecuadamente. El testigo pudo no haber comprendido el verdadero significado de los hechos, y los recuerdos pueden estar empañados por el paso de los años y experiencias personales.

Por eso no creo que "memoria histórica" sea un término adecuado: a cada Estado le interesa que recuerden ciertos episodios de la Historia y que se olviden otros. Un crudo ejemplo es la distorsionada versión de la ocupación alemana que se enseña actualmente en las escuelas francesas, donde Francia entera se convierte en "la Resistance".

Aquí, en Valencia, tenemos muchos otros ejemplos. Tras asistir el año pasado a la apoteósica celebración del 800 aniversario del nacimiento del rey Jaume I, con el justificado y tradicional despilfarro del Ayuntamiento, este otoño parece que nadie recuerda- o nadie quiere acordarse- que de justo hace 400 años se expulsó de Valencia al último de los colectivos étnicos que aún quedaba por desterrar.

La decisión que tomó Felipe II se venía barajando desde varias décadas atrás, como solución drástica a un complicadísimo problema, sin bien no podemos olvidar que uno de los principales motivos fue la intransigencia de los vencedores de la Guerra de Granada. Este bochornoso episodio representa el fracaso total de la convivencia entre dos culturas que habían coexistido durante siglos en paz.

La Monarquía Hispánica perdió cerca del 4% de su población total. Aunque en la Corona de Castilla el impacto fue mínimo, el Reino de Valencia perdió cerca del 33% de su población. Tras esta cruel mutilación, la capital del Turia jamás volveria a brillar como antaño. En la actual provincia de Alicante, la Vall de la Gallinera se quedó totalmente despoblada. Se trajeron colonos mallorquines para repoblar los campos, motivo por el que actualmente se habla el catalán mallorquín en estas comarcas.


Las tierras que dejaron los moriscos pasaron a manos de los nobles, que trataron de arrendarlas a los campesinos cristianos. Los impuestos también subieron para compensar la caída de la recaudación. Como siempre, los beneficiados fueron los poderosos y la clase trabajadora pagó el pato.

Cuatro siglos han pasado y no hay nada nuevo bajo el sol, la misma historia se repite una y otra vez. Ojalá estos sucesos no caigan en el olvido y sirvan para fomentar la tolerancia y la solidaridad entre los pueblos.

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