"I love the smell of napalm in the morning."

El salvador de las madres: el dr. Semmelweis


Pocos hombres merecen ostentar los apelativos de “héroe” y “visionario” pero, sin duda, Ignacio Felipe Semmelweis es uno de ellos. Este extraordinario médico sacrificó su prestigio, su oficio y hasta su vida en defensa de una teoria en la que creia firmemente. Una teoria en pos de la vida que le obligó a enfrentarse a todos sus colegas médicos y, prácticamente, a todos sus contemporáneos.

El doctor Semmelweis era húngaro, aunque trabajaba en el hospital de Viena. A mediados del siglo XIX, las infecciones aún constituían la principal causa de mortalidad y la microbiologia no se había desarrollado. Semmelweis realizó un estudio estadístico sobre la mortalidad en los partos que se producian en su hospital. Topó con un hecho insólito: gran parte de las mujeres que daban a luz sufrian a los pocos dias de parir una terrible y lenta muerte. Se trataba de una sepsis generalizada (una infección simultánea de muchos tejidos del organismo). Existian dos salas de partos en el hospital, una atendida por médicos y estudiantes, y otra atendida por matronas y sus aprendices. Mientras que en la primera sala morian el 25% de las madres al dar a luz, en la segunda tan sólo morian el 6%. Demasiada disparidad para ser una coincidencia.
La única diferencia en los hábitos de los dos colectivos (médicos y matronas) radicaba en que los médicos acudían a los partos después de las prácticas de anatomía. El doctor Semmelweis pensó que debía existir algún tipo de “veneno invisible” en la superficie de los cadáveres que era transmitido involuntariamente por los médicos a las parturientas. Su teoria no erró demasiado: se trataba de los microorganismos, que no se conocian en su época debido al insuficiente desarrollo del microscopio. En concreto, algunos de los más agresivos y peligrosos se desarrollan en los tejidos muertos.

Para probar su teoria, Semmelweis hizo que sus estudiantes se limpiaran las manos con ácido carbónico (un potente desinfectante) después de las prácticas y antes de antender los partos. Resultó que la mortalidad descendió del 25 al 3%. Se dispuso a publicar sus estudios y a advertir a toda la comunidad médica del peligro que suponian las prácticas que llevaban a cabo, pero sólo encontró rechazo. Las altas esferas de la universidad y del colegio de médicos no podian admitir que un detalle tan sencillo estuviera cobrándose las vidas de tantas mujeres. Seria un vergonzoso fallo garrafal que desprestigiaria y ridiculizaria a todos los estudiosos de la medicina. Así que la teoria de Semmelweis fue rechazada y se encargaron de destrozar su reputación para que no tuviese credibilidad. El doctor no se quedó de brazos cruzados, sino que continuó difundiendo sus ideas con ahínco, llegando incluso a llamar “asesinos” a los jefes del hospital. Finalmente, le retiraron su puesto en la universidad y su licencia de médico.

Rechazado por todos y privado de su oficio vocacional, Semmelweis se dedicó a vagar por las calles de Viena colgando carteles en los que exhortaba a los padres que no llevaran a sus hijas a parir al hospital, pues una muerte inminente les acechaba. Terminó perdiendo la cordura y fue internado en un psiquiátrico.

Al cabo de unos años, recobró la lucidez y abjuró de su teoría ante las autoridades del sanatorio. Puesto que parecia haberse vuelto “cuerdo”, le dieron el alta y le restituyeron su licencia médica y su puesto en la facultad de medicina. Pero Semmelweis aprovechó su primera clase de anatomía para inflingirse una herida delante de sus alumnos con un bisturí que acababa de usar para diseccionar un cadáver, diciendo: “Señores, este insignificante corte que acabo de hacerme me provocará la muerte en cuestión de dias. De esta manera, provaré mi teoria”. Como cabia esperar, el doctor Semmelweis sufrió una sepsis generalizada y padeció la misma dolorosa agonía que tantas veces habia observado en el hospital, muriendo en brazos de su maestro al cabo de unos dias.

El tiempo dio la razón a Semmelweis y la comunidad científica se vio obligada a reconocer la tremenda deuda que habia contraído con él. En la actualidad, existe en aquel hospital de Viena una estatua en su memoria junto con una placa en la que se le proclama “el salvador de las madres”. Además, se le considera el patrón de todos los hospitales materno-infantiles del mundo.

4 comentarios:

  1. Por supuesto yo no sabía quién era él, pero sí que sé que son muchos los anónimos o los olvidados que han contribuido a que seamos hoy lo que somos. y lo que está claro es que la doblez y el miedo del hombre a reconocer los fallos y pedir perdón vendrá con nostros vayamos a donde vayamos.

    Gracias por tu pequeño "cuento"

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  2. Así es. El hombre es la medida de todas las cosas, para bien y para mal: también somos un obstáculo a superar y nuestro mayor enemigo. Homo homini lupus...

    Gracias por haber leído una historia tan larga, ojalá no te hayas aburrido mucho :D

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  3. Que bien hablas juan!
    estamos empeñados, quizas porque asi nos lo han inculcado, a ver la vida como una succesion de obstaculos y pruebas a superar. todo un mundo complicado en el cual desde niños nos sueltan en sus aguas y la sociedad espera a que aprendamos a nadar. gilipoyeces. la vida es sencilla si tienes una mente sana, esta en nuestro cuerpo el poder afrontar las dificulades, si prestasemos atencion y mirasemos con detenimiento todo aquello que nos rodea, el mundo seria fabuloso. el salvador de las madres lo supo ver, y espero que algun dia nosotros tambien.
    una historia muy bonita :)

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  4. por cierto juan, como se hace para ponerte de fan o seguidor o lo que sea?

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